Sueño de Algunas Noches de Verano
Dar una presentación de la figura de Jacobo Marcher no fue ni será tarea fácil, tampoco podremos siquiera acercarnos a lo que podría ser un retrato completo de su personalidad y su aspecto físico. Diremos, con el único motivo de introducirnos a nuestro tema, que era un tipo raro, poco prolijo, no muy religioso, que a sus cuarentailargos años vivía aún con su madre, Doña Cote, esto lo hacían un petizo calentón y poco simpático, un digno hijo de la doña: vecina del pueblo, no muy sociable, cascarrabias y el fastidio de cada niño en un radio de dos cuadras.
Pero volvamos a nuestro precioso energúmeno, Jacobo. Disfrutaba de las tardes de enero, de quedarse en su casa frente al monitor hasta altas horas, de intentar distorsionar su voz frente al ventilador gritando repetidas veces "¡Hola!" y escuchando lo graciosa que sonaba su voz al pasar a través de las aspas: un verdadero estúpido.
Esa mañana se levantó sonriente, ausente, con esa ligera sensación de sentirse distinto, con ganas de hacer algo por su miserable vida. Recorrió tres habitaciones hasta el sillón y comenzó su profunda meditación, casi sin darse cuenta se había quedado dormido nuevamente; la noche anterior había sido complicada, los mosquitos, la almohada pegajosa y ese sueño; esa pesadilla mas bien, donde con naturalidad despedazaba a su madre sin ningún tipo de móvil aparente, guardaba sus trozos en dos grandes bolsas de basura y salía hasta la calle chiflando el cuarto movimiento de
Luego de su pequeña siesta "reparatoria", tomó un frasco y alimentó a su pequeño pez anaranjado que flotaba en esa pecera casi moribundo desde hacía tres años, su madre siempre le decía que el pez era un inadaptado, un mal pez, un vividor. Jacobo, sin embargo, lo quería como al hermano que nunca tuvo, o si tuvo, pero ambos preferían no acordarse del infeliz de Roberto que había salido a buscarse una "mejor vida" hacía ya veintitrés años ("-¿Mejor vida? ¡Minga!- Solía decir la vieja).
Tanto madre e hijo vivían en una relativa abundancia gracias a los negocios del Viejo Marcher, ya muerto, alguna vez rico, mas tarde estafado por un "puñado de inescrupulosos delincuentes" al decir de la doña. Todavía podían costear
Volviendo al día en cuestión, era un día como lo son todos en esa época del año, lento, caluroso, una verdadera porquería. Su madre debía seguir durmiendo ("¡y es tan tarde!" pensaba Jacobo, siendo las 8:30).
-¡Mamá!- Gritó
-¡Vieja!- Volvió a gritar.
Se acomodó nuevamente en el sillón, cansado e intentando recuperar fuerzas para su próximo intento.
-¡Mamá! ¡Los nenes estos están molestando de nuevo con la pelotita! ¿Llamo a la policía otra vez?-
-¡Pero que vieja de mierda!- pensó nuestro querido amigo.
Finalmente atinó a levantarse, juntó fuerzas, y caminó algunos pasos mientras rascaba su protuberante corporeidad. Caminó hacia la cocina, abrió la heladera, se sintió insatisfecho con su contenido a lo que hojeó el periódico que estaba apoyado sobre la mesa junto a la canasta frutal: estaba fechado cuatro días atrás. -¡Vieja de mierda!- Volvió a vituperar para sus adentros. Rápidamente se dirigió hacia el cuarto de su madre -¡Abrí, Carajo!- Gritó enojado. -Mirá que abro yo, ¿eh?-. Juntó coraje y luego de hechas las correspondientes advertencias, lentamente abrió la puerta del cuarto: lo primero que pudo ver fue la cama vacía y ordenada, a los pies de ella habían dos bolsas negras perfectamente cerradas.
Esa noche el camión municipal pasó como a las 21:00, Jacobo se acostó antes de las 23:00, fue feliz.